“Estrechando la mano de dios,
echando un piti en un descanso entre milagro y milagro.”
Hovik Keuchkerian
La epifanía de sentirme, como en tu risa, en otra boca.
Quitar el punto a todas
las comas
como un lunar rehén de la memoria que, de repente, es libre,
y no recuerda quiénes eran los malos, de quién huía, o de qué
minúsculo reducto del desdibujado lienzo de tu cuerpo
fue robado.
El conjunto de obviedades que cargas a la espalda sobra tanto como tus dudas
al tocar la partitura del blues de nuestra historia.
Cuando nos alcance la realidad, el humo del piti entre milagro y milagro,
será lo único que nos justifique, la sonrisa de un niño,
lo único que no nos habremos atrevido a romper,
y el blanco, y el negro,
será el felpudo que habremos dejado en la puerta.
Fuera.
Fuera de nosotros.
Seremos la punta más alta del extremo gris de la caricia,
haremos de lo incorrecto un arte, de plantar un mástil sin bandera
una costumbre,
del beso a escondidas de nuestra propia sombra
un hábito.
Porque bastó –sólo- con dos cervezas,
un poco de hachís,
y un orgasmo sincronizado, habitación a habitación,
como dos amantes presos dándose la mano a través de un cristal,
pero no bastó sólo con una noche.
Y sí, admito la importancia de tu relación sonrisa-descaro,
fueron tus coincidencias, la fea costumbre
de aceptar cualquier casualidad como si se tratase del propio destino,
fue el usar la suerte como excusa, tus peculiaridades,
fueron ellas las que te hicieron presente en todas, y cada una, de sus acepciones.
Fue el abismo de detalles en la percusión de tu risa, verte
y no poder dejar de pensar en lo que Quique le hace a su armónica,
es este sentirte sueño al despertar, fue
asomarme a un puente, a la mañana siguiente, y ver que el que estaba de saliva,
hasta el cuello, era yo,
que era precisamente fuera del agua
donde no se podía respirar..