“Me gusta leer el dolor y el triunfo del que es capaz de barnizar su propio ataúd
para que brille bonito si la vida lo mata.”
Ana Milán
Siempre me cruzo con la misma figura
al salir e ir al trabajo, en el teatro de Gran Vía:
Un chelista, de unos cincuenta y cinco años
tocando en calle Preciados clásicos y bandas sonoras.
Me gusta imaginarme su vida
qué le llevó a estar tantas horas tocando
frente a toda esa muchedumbre desagradecida.
Pienso en un chico que sufrió
la tortura de unas clases particulares que no quería
para cumplir el sueño de alguno de sus padres
y ahora lo usa para poder sobrevivir.
O imagino a un laureado músico de orquesta
envuelto en algún escándalo
que lo arrastró fuera de teatros y auditorios.
De ahí saco su orgullo, esa mirada tenaz
de turnos libres de ocho horas
por la voluntad de otros.
Lo que no entiendo, es cómo
cuanto más se acerca el invierno, nos llenamos de capas
nos miramos más cansados, más viejos
y menos gente se para a escucharle
suena aún mejor.